Adele ha conquistado los corazones de medio mundo con una voz profunda, intensa y emocionante. No le han hecho falta unas increíbles fotos de sesión, ni videoclips de alta costura, ni lucir un atractivo tipo de diva. A punto de cumplir 24 años, es la nueva reina del soul sin ninguna duda. Su coronación oficial se produjo durante la 54ª edición de los premios Grammy en la que se hizo con los seis a los que aspiraba. Es la confirmación del éxito rotundo de su segundo disco ‘21’.
Adele es una diva atípica. Su actitud y su pose
se alejan de los estereotipos del género y muestran a una chica
cercana, muy de su ciudad, fan de Destiny’s Child y de las Spice Girls,
algo que ella admite sin sonrojarse. Su carrera tampoco
responde a los nuevos patrones del cuento moderno de la Cenicienta,
aquel cuento del ascenso meteórico “gracias a las redes sociales”. “No
quiero ser una chica que se limita a sentarse en las entrevistas, a la
que le dicen qué tiene que responder. Mi madre me enseñó a ser
independiente y a no aguantar gilipolleces” decía hace unos meses en una entrevista para The Guardian.
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un matiz clásico, un trasfondo donde el blues y el country están sutilmente presentes.
Como síntoma inequívoco de que la carrera de Adele se mueve entre el
reconocimiento indie y el potencial mainstream (absurdos debates estos),
la producción del álbum corre a cargo de los mejores: Rick Rubin y Paul
Epworth. El primer single es demoledor: ‘Rolling In the Deep’ ha
conseguido situar a Adele en la cumbre y ser número uno en todo el
mundo. Excepto en España, donde el éxito ha tenido que esperar un poco
más y hacerse notar con el boca oreja.
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