jueves, 8 de septiembre de 2011

LA PIEL QUE HABITO de Pedro almodóvar

No desvelaré nada del argumento. Hablaré únicamente de mis sensaciones, de la genialidad de Almodóvar, que vuelve a demostrar su maestría con guiones imposibles y extremos. En La piel que habito, una de sus películas más radicales, teje una historia que precisa de un espectador atento a cada imagen, a cada plano detalle, que desconcierta al principio, que sorprende y atrapa después, que luce hermosa en lo que a colores se refiere, cuidada visualmente y con una banda sonora de Alberto Iglesias perfecta y exquisita.

La piel que habito relata la historia de una obsesión, de una venganza, ahondando en lo más oscuro del ser humano y profundizando también en la serenidad para hacer prevalecer la identidad personal.
Almodóvar vuelve a demostrar que, además del mejor guionista español, es el mejor director de actores que ha parido este país, que sabe exprimir las sensaciones que desea de sus chicas, de sus chicos también, emociones que se filtran por los poros de la piel, que nacen en las miradas y desembocan en los gestos y en la voz.

No puedo más que quitarme el sombrero ante la interpretación magistral de Antonio Banderas, que nunca ha sido santo de mi devoción, porque nunca le he visto brillar, pero es que aquí deslumbra e impacta, con infinita crueldad y frialdad. Antonio Banderas que, en su madurez, ha conseguido dar un salto de gigante en su carrera como actor, así que bravo por él.

Lo mismo me ocurre con Elena Anaya, en el papel más importante de su carrera hasta la fecha, que viste la piel de Almodóvar con una madurez y una profundidad y una belleza que rozan la perfección, un papel con una gran complejidad psicológica que solventa con una gran naturalidad.

Y tras ellos, Marisa Paredes, con unas tablas que pocas tienen, la Glenn Close del cine patrio; y el joven Jan Cornet, todo un descubrimiento, en un papel dramático clave para encajar el rompecabezas que es La piel que habito, un actor que tiene en sus manos evolucionar y alejarse de cutre-comedias como Mentiras y gordas. A todos ellos les veremos competir por el Goya, todos merecen estar en esa terna.
Pedro Almodóvar, el genio, el maestro, no abandona su forma de entender y hacer cine, con pasión, con una personalidad que inunda la pantalla, y con unas historias tan extremas que pueden incluso provocar una risa nerviosa, y eso no es un pecado, sino una necesidad para descargar tanta tensión acumulada.
En La piel que habito Almodóvar explora nuevos escenarios, nuevas obsesiones y nuevas pesadillas, pero vuelve la vista atrás un instante, para recuperar alguno de los tópicos del pasado que se aproximan a lo esperpéntico, pero con el nivel y la superioridad –y la elegancia también- que vienen acompañando sus últimas películas, sublimes.

Una gran película, original, arriesgada y valiente, a Almodóvar no le tiembla el pulso, y sales del cine con la extraña sensación de haber visto un espectáculo narrativo y visual de excelsa calidad y con una congoja pegada a la piel que se prolonga durante horas y días, un impacto de luces y sombras en la piel que habito.



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